lunes, 28 de octubre de 2013

El enigma no es la carne de muñeca

Una cadena de pelo oscuro y salvaje
desata el parto de la noche sobre mis manos.

El arte es el ojo del mendigo,
el hambre de un desnudo sobre el escenario de los cuerpos
la flecha que perfila las costillas
la nave que se hunde en el aljibe de los vientres.

Como una lluvia de clavos sin paracaídas,
el enigma llega en el momento exacto
en que las flores se tornan negras dentro de las jarras
cuando las risas de las paredes cortejan los oídos de las sombras.

Una lisonja va a morir debajo de la silla
arrastrando su silueta de goma espuma
como una muñeca abandonada
en su traje de cortesía sin rostro.

Mi poema no es la esposa que espera
la hora de vestir la mesa
para abrigar el fastidio
debajo de la desnudez de sus vajillas.

Ni la mano que aplaude en falso
la incontinencia de las hienas.

Mi poema es la amante que vigila
la bebida de las voces en las telas,
el hechizo de los lobos
sobre el canto de la piedra
el latido de su nombre bajo mi esternón.

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