sábado, 22 de junio de 2013

Ciudad portuaria (de Chema Lagarón y Marcela Lokdos)

La "ciudad" vive en plena cirugía a corazón abierto,
recibiendo infusiones transoceánicas por laberintos portuarios...

Todos los burdeles están abiertos, y esperan, esperan como piedras. Como piedras se erigen. Como piedras de una metástasis de viejas disputas, de elecciones contrariadas, de vínculos siniestros. Las puertas no necesitan sernombradas, los números caen, en la misma forma que lo hacen los cuerpos púberes, celestes hay y también hay blancos, blancos a cenizas, el roto ojo de los humos entre los pasillos de los órganos.
La ciudad es el disfraz de una muerte a largo plazo. Cada esquina, una encrucijada. Un puente de tela de encaje con las faldas empapadas, una rodilla de cemento entre diez lenguas de asfalto húmedo...

Y la urbe se estremece en trementina y humo sordo, estibadores barbudos y untuosos y las risas de los muertos empapadas en limón turco, hechas jirones y vueltas del revés. Corduras y desiertos entre las líneas discontinuas de la mediana, fardos y grúas, zoológicos y "cargos" silbando rimas al viento de poniente...

Restaurantes de pescado frito, olor a tabaco mascado, humedad y orines desangrándose en las esquinas, perros comunitarios vestidos de piel magra asintiendo a la puesta de sol y frunciendo mohines a los turistas, cohortes de muchachos despeinados y barriadas de colores tartamudos sujetas a la pendiente por una tela de araña ...

Y entre los faroles distantes, con cara de trapo las mujeres besan sombras, los hombres buscan en sus bolsillos llaves para cambiar el curso de los cangrejos, los niños mueren detrás de las rejas de las plazas a las que solo asisten los viejos a darle de comer a las palomas. Desde un árbol, la herida del océano revela tu cara mascando infiernos, y yo desde un periplo de mecedora, te prometo amor como galletas de la suerte que abrimos juntos un día, hace ya varias muertes y diez mil besos escritos sobre las lunas llenas de julio...

Empedrados que besan tacones y el arrullo del mar calmando las quillas de los barcos, voces y temores, vinos q son sangre de muchas muertes y peces delirando cuentos de sonrisas sobre panes pintados de guerra. Espacios famélicos y desnudos sudados, ebrios son los tinos de las gaviotas cuando retornan de la mar a reposar sobre esponjas de espuma los senos de la pubertad...

Remolinos a tu paso, influjos de las hogueras de San Juan en los atardeceres adormecidos de la cuidad portuaria de este sueño...

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