No hay un atajo para doblegar la fatiga
solo un espejo parado frente a mí.
Mi ombligo es un aljibe
en el patio de otra mujer desnuda.
Una otra que soy,
una otra que desconoce mi nombre.
Yo vi la sombra del animal
que vino a visitarme,
y se detuvo a contemplar el sudor
en mi cuerpo dormido.
Es la sed del poema
la que me sobrevive,
mujer que no teme a los instintos
y que insiste en perserguirme
aún cuando me habita.
Repetida es la hora
en que el arcano cae sobre mi mano
y se revela
como una vorágine de dos lunas
(si no escribo, me muero)
solo un espejo parado frente a mí.
Mi ombligo es un aljibe
en el patio de otra mujer desnuda.
Una otra que soy,
una otra que desconoce mi nombre.
Yo vi la sombra del animal
que vino a visitarme,
y se detuvo a contemplar el sudor
en mi cuerpo dormido.
Es la sed del poema
la que me sobrevive,
mujer que no teme a los instintos
y que insiste en perserguirme
aún cuando me habita.
Repetida es la hora
en que el arcano cae sobre mi mano
y se revela
como una vorágine de dos lunas
(si no escribo, me muero)
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