Era hora de devolver
mi abrigo al perchero,
mi sombrero a la mesa,
mi espacio simétrico
al corazón de la sala.
Habia recién
tanta calle bajo mis pies
y mis zapatos
solo parecían reconocer
el camino hacia la casa.
Fue entonces
cuando mi reloj marcó las siete;
y todas la tarde se puso vieja
aún temprano.
¡Qué hermosura y qué tristeza!
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