El conteo de los insectos
ya es tiempo inútil
en este cansarme
de ponerle números a los dedos
para elongar el músculo
La nieve en el refrigerador
es una palabra mal puesta,
el diablo me lo dijo anoche
mientras jugábamos a las cartas
Me voy fuera ahora
hace frío y sin embargo me desnudo
No necesito de un pulgar
para empujar mi saliva, ni mi sed
del otro lado de las cajas.
Todo esto es apenas una sobra de mí
que recojo con la lengua
y la ato a mis muñecas
para jugar que vuelo.
Me quedan chicas las butacas
si pretendo viajar lejos
mi equipaje yo lo llevo
del otro de las pestañas.
Nada sabes de mí,
del coraje de haber llamado a la señora
que visita hospitales
y lustrarle los zapatos
antes de que se lleve mis sentidos
De la ebullición de la grieta
cuando el grito de parto
rompió cien leyendas en azulejos
Del desorden de los ojos
y mi desobediencia
a la ley de las pastillas y sus semejanzas
Nada sabes de mí,
de esta visión ajena a los ojos de lentejuela
de esta muerte repetida
en que mis propios pies
van besando vidrios
yo sin embargo he aprendido por cansancio
que la miopía,
siempre fue, y será el mismo vicio;
ese divorcio absurdo de tus ojos
con la cruz de cada palabra en su silencio.
ya es tiempo inútil
en este cansarme
de ponerle números a los dedos
para elongar el músculo
La nieve en el refrigerador
es una palabra mal puesta,
el diablo me lo dijo anoche
mientras jugábamos a las cartas
Me voy fuera ahora
hace frío y sin embargo me desnudo
No necesito de un pulgar
para empujar mi saliva, ni mi sed
del otro lado de las cajas.
Todo esto es apenas una sobra de mí
que recojo con la lengua
y la ato a mis muñecas
para jugar que vuelo.
Me quedan chicas las butacas
si pretendo viajar lejos
mi equipaje yo lo llevo
del otro de las pestañas.
Nada sabes de mí,
del coraje de haber llamado a la señora
que visita hospitales
y lustrarle los zapatos
antes de que se lleve mis sentidos
De la ebullición de la grieta
cuando el grito de parto
rompió cien leyendas en azulejos
Del desorden de los ojos
y mi desobediencia
a la ley de las pastillas y sus semejanzas
Nada sabes de mí,
de esta visión ajena a los ojos de lentejuela
de esta muerte repetida
en que mis propios pies
van besando vidrios
yo sin embargo he aprendido por cansancio
que la miopía,
siempre fue, y será el mismo vicio;
ese divorcio absurdo de tus ojos
con la cruz de cada palabra en su silencio.
El quinteto final vale por cien ¡Gracias, poeta!
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